sábado, 27 de diciembre de 2014

¿Por qué hoy son tan tristes aquellos días felices?


Voy a comer con mi madre. He subido pronto al pueblo. Siento que todo lo que vivo allí se convierte en un asidero a lo que hay en mis profundidades. ¿No es eso, justamente, entrar en la farmacia y ver caras conocidas que ya no me recuerdan, y yo sólo vagamente a ellas? Los que hemos nacido en un pueblo estamos atados a esas imágenes que de pronto surgen de algún rincón ignoto de la memoria, y nos dejan algo extenuados. La hermana de mi amigo Miquel, con unos andadores, este hombre que al entrar saluda efusivamente y dice: cuántos enfermos. Yo soy quizás el menos mayor de los seis o siete que estamos a la espera. El sábado pasado, Rafael Sánchez Ferlosio publicó una serie de sus pecios. Uno de ellos es: Los días felices los pone allí el recuerdo. Por eso son tan tristes. Y es eso, exactamente eso: la felicidad es posterior, la añadimos nosotros con la memoria. Y así estoy yo cuando paseo por el pueblo. Sin querer, sin que la voluntad tenga intervención alguna, veo el tejadillo desde el que el tío Joan de Ses Basses saludaba a la gente que pasaba por la calle. Sigo caminando hacia la iglesia, en cuyos alrededores se preparan las fiestas patronales, que este año serán casi etéreas: ni tan siquiera ha habido dinero para imprimir el programa. Camino con la conciencia de haber pasado mucho tiempo en un lugar que me sobrevivirá, aunque con cambios profundos. Ya no se ven niños por las calles. Los primeros calores de junio han dejado el campo extenuado: ya no es verde, sino amarillo, con el punteado de los algarrobos, un verde profundo que no se altera por nada. Y he de regresar antes de lo que hubiera deseado, porque hace calor. Cuando entro en la casa, el tiempo se detiene unos instantes, como si hubiera entendido que uno ha de ir hacia lo que le hace sentir a la vez el pasado, el presente, y una pizca de futuro. ¿No es eso lo que hay que entender cuando se vive atenazado por el miedo a lo que pueda pasar más allá de nuestro entorno? Las dudas sobre lo exterior a veces son neutralizables a base de intentar conocer las telarañas de nuestro corazón.

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